miércoles, 2 de septiembre de 2009

Hacer que se sienta orgullosa

A mi madre le gusta que sea escritor, aunque odie todo lo que escribo. El otro día se acercó a preguntarme qué es lo que estaba leyendo. Se sentó junto a mí porque vio mis ojos húmedos. Le dije que era el discurso que dio J. M. Coetzee al presidir el banquete en su honor luego de recibir el Premio Nobel. Ella me pidió que se lo leyera. Le dije entonces que se acercara otro poco y pusiera atención.

Su majestad, su alteza, damas y caballeros; distinguidos invitados, amigos.

El otro día, de pronto, así de la nada, mientras estábamos hablando de algo completamente diferente, mi compañera Dorothy comenzó con lo siguiente: “Por otro lado” dijo “por otro lado, ¡Qué orgullosa estaría tu madre! ¡Es una pena que ya no esté con nosotros! Estaría muy orgullosa de tí”.

“¿Más orgullosa que mi hijo el doctor?” le dije. “¿Aún más orgullosa que mi hijo el profesor?”

“Aún más orgullosa”.

“Si mi madre aún viviera” le dije “tendría noventa y tres años y medio. Probablemente sufriría de demencia senil. Ella ni siquiera notaría lo que sucede a su alrededor”.

Desde luego que estaba perdiendo el punto. Dorothy tenía razón. Mi madre hubiera explotado de orgullo.
Mi hijo el ganador del Premio Nobel. ¿Para quien, de cualquier forma, hacemos las cosas que nos llevan a ganar un Premio Nobel si no es para nuestras madres?

“Mami, mami, ¡gané el premio!”

“Es maravilloso, querido. Ahora comete tus zanahorias antes de que se enfríen”.

¿Por qué nuestras madres deben tener más de noventa y llevar largo tiempo en la tumba antes de que podamos llegar corriendo a casa con el premio que las recompensará por todos los problemas que les hemos dado?

Para Alfred Nobel, que lleva 107 años en la tumba, y a su Fundación que tan laboriosamente administra su legado y que ha creado esta hermosa noche para nosotros, mi mas sincera gratitud. Y a mis padres, no saben lo triste que me siento de que no estén aquí.

Gracias.


Al terminar me dí la vuelta para preguntarle a mamá qué le había parecido el discurso, pero ella no me contestó. Un nudo le bloqueaba la garganta y sus ojos habían comenzado a llorar.


J. M. Coetzee ganó el Premio Nobel de Literatura en 2003.

3 comentarios:

Eme dijo...

Qué discurso tan breve, tan tierno y tan acertado. Es un hombre con clase, este Coetzee.

La satisfacción personal es agradable, pero ni la décima parte, tiene razón, de lo que es que tu padre te apriete el hombro y sonría y de que tu madre se muera de orgullo y alegría, aunque lo disimule.

Pachita Rex dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Maya dijo...

¡Hola! Llegué aquí guiada por el enlace de Facebook, y me acabo de dar cuenta que no se tu nombre. ¿Cómo he de llamarte?

Había oído sobre el discurso de Coetzee, pero nunca lo había leído. El discurso mismo y el momento que relatas son bellísimos. Gracias por compartir...