viernes, 12 de noviembre de 2010

Acerca de los límites


La teoría es la siguiente; los límites son imaginarios.

Cuando era mucho más joven, tomé un curso de creación literaria. El error más grande que pude cometer. No porque la persona que impartía el curso fuera poco diestra en la materia, tampoco lo digo por los compañeros ni por cualquier otra cosa que puedan pensar. Fue el error más grande simplemente porque me enseñaron a ponerle límites a mi escritura.

Vemos los dibujos del periodo cubista de Diego Rivera y no pocos se atreven a decir -ya sea en voz alta o cuchicheando- “hasta un niño de tres años puede hacer un dibujo igual”. Craso error. Rivera decía que para llegar a dibujar de esa manera le tomó muchos años. Lo sé. Lo entiendo.

Los dibujos del periodo en que Diego Rivera era aún estudiante son maravillosos. Unos carboncillos de la estatua de la Venus de Milo tirada en el suelo, en un ángulo poco tradicional; mirándola de los pies a la cabeza, son perfectos. El manejo de los claroscuros también es perfecto. El papel no tiene una sola mancha. Rivera era el estudiante modelo.

Entonces ¿Por qué dijo que para llegar a dibujar como niño de tres años le tomó mucho tiempo?

Porque en la escuela le pusieron límites, y los límites puestos por una persona a la que le hemos dado autoridad son muy difíciles de romper.

En aquella clase de creación literaria aprendí que todos los textos debían responder a las interrogantes del ¿Qué? ¿Cómo? Cuándo? ¿Dónde? y ¿Por qué? Aprendí de la misma forma que debía evitar las cacofonías y muchísimas otras cosas “de escuelita” que, al igual que Rivera, me llevó mucho tiempo quitarme de encima. Haber tomado aquellas clases fue lo peor que pude hacer.

¿En verdad nos interesa escribir como alguien más?

Sé que muchos podrían decir que el bagaje de conocimiento, en cualquier rama, es necesario.

Estoy de acuerdo.

En lo que no estoy de acuerdo es en que, aún antes de aprender siquiera, ya nos estén poniendo barreras.

Estoy de acuerdo en los talleres de literatura y creación literaria, desde luego. En lo que no estoy de acuerdo es en que asistan estudiantes que nunca han escrito antes. Recomiendo los talleres para gente que ya lleva tiempo arrastrando el lápiz, gente que se ha equivocado en sus escritos y que tiene sus propias ideas respecto a lo que la escritura propia debe ser.

No recomiendo tomar un taller de escritura a nadie que no haya escrito por lo menos durante diez años.

Se me encargó un trabajo en el cual debía desarrollar el guión de un comic, cosa que yo nunca antes había hecho. Para eso me preparé leyendo guiones de otras personas, leyendo libros al respecto y teniendo pláticas con otros guionistas. Escribir comics, definitivamente, no es lo mismo que escribir relatos cortos.

Al estar estudiando las diferencias, rayando mi cuaderno con ideas, manchando hojas en blanco y leyendo, leyendo, leyendo, me di cuenta de lo siguiente; en realidad, los límites son imaginarios.

Explico:

Conforme vamos aprendiendo el oficio, la gente a nuestro alrededor nos va sembrando ideas -correctas e incorrectas por igual-. Algunas de esas ideas las tomamos como dogmas que no se pueden quebrar. Entonces construimos un muro imaginario que no nos atrevemos a sobrepasar pues, dentro de nuestra cabeza, sabemos que es seguro estar dentro de los límites.

Nos creamos barreras morales, de estilo, de estructuras, de ritmos, de tendencias, etc. Nos decimos a nosotros mismos; Esas son las tablas que bordean el corral. Soy una vaca obediente, así que nunca debo sobrepasar esos límites.

En realidad, los límites siempre están ahí y lo seguirán estando. El verdadero hallazgo para mí fue comprender que en realidad los límites son flexibles.

Imaginemos un cuadro. Cada uno de sus cuatro lados representa los límites. ¿Qué pasa si en algún momento nos imaginamos pensar qué hay del otro lado de ese límite? No es necesario brincar el límite. Ni siquiera estoy seguro que se pueda brincar ese límite. Pero de lo que sí estoy seguro es que ese límite se puede empujar y empujar y empujar hasta que lleguemos aún más lejos. El cuadro que teníamos en un principio deja de serlo y se convierte en un rombo, o en cualquier otra figura geométrica que imaginemos.

Así hemos creado un nuevo límite.

Eso es lo que hacen los verdaderos artistas. Empujan los límites. Convierten el espacio dentro del corral en un espacio más grande.

Empujar la barda del corral es un verdadero acto de fe. No sabemos si estamos empujando en una buena dirección o si lo hacemos hacia un punto ciego. No hay manera de saberlo sino haciéndolo. Empujando. Volviendo a empujar.

Quiero que me digan una buena razón para que mi texto tenga siempre que responder a las preguntas del ¿qué? ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? ¿por qué? No hay una necesidad absoluta de hacerlo. Tampoco tengo por qué seguir una linea recta, ni tampoco una curva. Pero también estoy en la libertad de quedarme dentro de los límites. Lo interesante está en permanecer dentro del corral con la plena conciencia de que lo estamos haciendo. Esa es la verdadera maestría. Tener un propósito.

Diego Rivera es uno de los grandes pintores que ha tenido México. Lo es no sólo por su dominio del pincel, sino también porque supo quitarse de encima todas esas barreras de las escuelas de su tiempo, se supo arriesgar, empujar la barda, llegar a sitios nuevos y andar por lugares nunca antes pisados. No se trata de transgredir por transgredir -como lo hacen muchos que creen que hacer eso te convierte de inmediato en un artista-. Se trata de transgredir para encontrar nuevos horizontes. Se trata de transgredir para quitarnos las ideas de los demás, esas ideas que cubren a nuestro verdadero yo artista. Nuestro verdadero yo creativo.

Aún estoy arrepentido de haber tomado aquellas clases hace tantos años. Apenas me estoy sacudiendo esas ideas. Me ha costado trabajo, pero creo que no lo estoy haciendo tan mal. Cada día encuentro cosas nuevas y las comparto, pues, como dice mi madre “el conocimiento que no se comparte es un conocimiento que no sirve para nada”.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Consejos a un joven lector

Para ser un buen escritor -uno que se respete, de esos que a golpe de machete descubren nuevos caminos literarios-, primero debes ser un buen lector. Las personas leen no sólo para aprender algo nuevo, sino también para viajar a lugares exóticos, para vivir aventuras que de otra forma no tendrían, para convertirse, aunque sea por un momento, en alguien más. Leemos no sólo para educarnos, sino también para divertirnos. Pero los escritores además leemos para aprender lo que se debe y lo que no se debe hacer al momento de sentarnos frente a la hoja en blanco. Leemos para descifrar los secretos de los otros escritores. Leemos para no cometer los errores que otros cometieron. Leemos para olvidar lo que ya está escrito.

Hace unos días, platicando respecto a cómo mejorar como lector con un amigo, me hizo la pregunta de; bueno ¿y cómo ser un mejor lector, entonces? Hablamos mucho, pero en ese momento no pude darle una respuesta completa, así que prometí escribirle esto; las cosas que he descubierto que me funcionan al momento de estar leyendo. Las pongo en este espacio esperando que sirvan de algo.

1. Comprende lo que estás leyendo. Es muy común llegar al final de la página y no saber lo que hemos leído. Eso no es leer en verdad. Por eso, y aunque suene muy evidente, siempre debemos comprender todo lo que estamos leyendo. Usen un diccionario o lo que sea necesario para aumentar su comprensión.

2. Lee sin esperar nada. Métanse en las palabras, en lo que el autor les quiere hacer sentir. Sumérjanse en los sentimientos.

3. No arruines tu lectura intentando ser más listo que el autor. Conozco varias personas que comienzan un libro y dicen; “ya sé en lo que va a terminar. Esto va por aquí y por allá”. No lo hagan, ya que eso solamente hará que se aburran al estar leyendo. Además, normalmente los escritores modernos siempre suelen engañar al lector, no estén seguros de lo que creen será el final.

4. No quieras ser crítico. La lectura es personal. Lo que es bueno para unos, puede no serlo para otros, y viceversa. Si les gusta lo que leen, atesórenlo. Si no les gusta, olvídenlo. Cada lector es diferente, no quieran imponer su gusto y su visión a los demás.

5. No quieras atesorar. O lo que es lo mismo; no leas por leer. La literatura no sirve más que para pasar el tiempo, aunque con frecuencia se pueden sacar cosas buenas de ella. Las personas que presumen de los libros leídos como medallas en el pecho sólo demuestran lo poco que en realidad han leído. No hay pecho lo suficientemente grande para un buen lector.

6. Disfruta la lectura por sobre todas las cosas. Si no les gusta lo que están leyendo, hagan la lectura a un lado y comiencen una nueva. Es mejor no perder el tiempo en algo que no les gusta.

7. Dale a los libros una segunda oportunidad. En ocasiones solemos leer cosas en el momento equivocado. Estoy convencido de que cada libro tiene su momento. Si un libro que leyeron hoy no les ha gustado, intenten leerlo de nuevo en unos años, tal vez llegue a gustarles.

8. Sé sincero al recomendar un libro. Recomiéndenlo porque en realidad les ha gustado, no porque todos digan que es bueno. Formen su propio criterio.

9. Lee por lo menos media hora al día. Les sorprenderá lo mucho que habrán leído al pasar un año.

10. En ocasiones sabes que un libro te gusta sólo hasta que lo has terminado. Eso me pasa con frecuencia últimamente. Hay libros que me duelen mucho, que se me hacen difíciles emocionalmente. Casi no puedo avanzar a través de las páginas. Pero al terminarlos, al leer la última página, después de descubrir el desenlace, me doy cuenta de lo mágico que ha resultado para mí. Por eso recomiendo que lleguen hasta el final de un libro antes de dar su opinión.

11. Haz tus propias reglas de lectura. Esta lista no pretende ser la verdad definitiva. De hecho, creo que puede ser ampliada hasta el infinito, y rebatida también. Estos son sólo algunos de los puntos que procuro respetar cada que leo algo nuevo. Espero que a ustedes también les sirvan de algo.