viernes, 1 de octubre de 2010

Decir las cosas de manera diferente

Tampico es una ciudad en la cuenca del Golfo de México. Dos de sus principales problemas son la Migración y el Narcotráfico. A sus artistas, eso no parece importarles mucho.

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de estar ahí. Fui a la premiación del concurso fotográfico más importante de esa ciudad. Fui como invitado.

Alí Chumacero dijo alguna vez al respecto de la labor del artista; “Tiene que ser el reflejo de su sentido más sincero acerca de los problemas más hondamente humanos de su pueblo, pues el artista no es, no puede ser jamás quien piense y se exprese por sí y para sí, sino un instrumento interpretativo de su pueblo”. Lo dijo en 1959 y aún sigue estando vigente. Si no lo creen, no tienen más que revisar la obra de cualquier escritor importante, de cualquier pintor o escultor o artista plástico importante.

La imagen ganadora del Concurso Fotográfico Nacho López 2010 -el cual fue convocado bajo el tema del Bicentenario- es la de una señora con vestido de flores que detiene entre sus piernas una bicicleta en una calle desierta. La mujer se cubre el rostro con una mano. Su gesto es incierto. Al mirarla no sabemos si se cubre porque tiene vergüenza de que la cámara la esté tomando o siente vergüenza de alguna otra cosa. Parece que ha pasado el mediodía. Técnicamente la foto es buena. Pero cualquier estudiante de la carrera de comunicaciones puede tomar una fotografía buena. Mi mamá puede tomar una fotografía buena. Hacer arte es algo diferente.

La imagen del segundo lugar es la de una pareja de ancianos que se alejan por un camino terroso, dándonos la espalda para desaparecer en algún lugar de la sierra mexicana.

El tercer lugar fue para la imagen de una paloma que desciende encima de una enorme campana que aparece en primer plano.

De las otras imágenes finalistas sólo algunas hacían referencia al tema central del concurso -el Bicentenario-. Ninguna de ellas tocaba, ni de lejos, el tema de la migración o el narcotráfico.

Dentro de la Casa de la Cultura de Tampico, sitio de la exposición y premiación, ese mismo día se inauguraron otras dos muestras de imágenes captadas por fotógrafos de la ciudad. En ninguna de ellas encontré alguien que tocara ni la problemática ni las angustias ni las preocupaciones ni los sueños de la gente de Tampico. Sólo vi imágenes que parecían salidas de postales para turistas; campo verde, paisajes, restaurantes, vacas, etc.

Salí desilusionado.

Una semana después, ya de vuelta en casa, tuve la oportunidad de intercambiar algunas ideas -vía internet- con el organizador de una de las muestras fotográficas. Le reclamé la falta de compromiso que tienen los fotógrafos de Tampico para con su gente. Le dije que ellos tienen temas mucho más importantes que andarle sacando fotos a las montañas y a restaurantes vacíos y a círculos de piedras. Le dije que no vi arte.

Él me contestó; “¿Y entonces, cómo podemos hablar del narcotráfico y la migración sin que ello suene a nota periodística?”

Buena pregunta.

La semana pasada, dentro de las instalaciones de la Galería Metropolitana de la Universidad Autónoma Metropolitana se inauguró una muestra que lleva por nombre “Cauce crítico”. Su objetivo principal es el de reunir una muestra del arte que están haciendo los artistas visuales contemporáneos del país. La exhibición es pequeña. Tal vez ni siquiera están todos los que deberían estar, pero sí está la pieza más interesante que he visto en lo que va del año.

Carlos Aguirre, el creador de la pieza, es un coleccionista de palabras y frases. Se interesa en cómo la gente se expresa, en los eufemismos que utilizan para disfrazar y cubrir sus propios pensamientos. Él ha producido una instalación absolutamente interesante.


Llegamos a la noche de la inauguración. Un listón rojo colgaba de lado a lado en la puerta de entrada y aún nadie podía entrar a la exposición. Más allá, una pared llena de palabras.

“Los apodos, generalmente, son puestos en la escuela como sinónimo de simpatía, pero también de burla. Chapo, acepción de chaparro, nos provoca un pensamiento positivo: se diluye la peligrosidad. La idea, la verdadera dimensión del problema la desconocemos y, vistas como están las cosas, habríamos de multiplicar por 300 el muro que Carlos Aguirre ha producido en una instalación compuesta por más de 1300 apodos de narcotraficantes para conocer la realidad. Sobre el muro quedan restos, como apología de muerte y tortura, de la violencia que sirve de manual para otros”.

Al comienzo, me resultó divertido leer; El Batman, El Vaquero, El Mostro, El Acapulco, El Kitti Paez, El Remi, La Tuza, El borrego... pero conforme leía mi sonrisa se fue disipando y apareció el horror. Me di cuenta que el muro estaba lleno de apodos del narco. Un muro verde lleno de apodos de la gente más atroz del país. Al acercarnos a la obra, exactamente a la altura de los ojos, una línea hecha con recortes de periódico, con fotografías de los cuerpos desollados, cercenados, golpeados, degollados, balaceados, ahorcados, aplastados, amoratados, ahogados, embolsados, mutilados, de todos los narcotraficantes.

La obra se llama “Paisaje mexicano”.

Un muro verde que no nos deja avanzar.

El narcotráfico que nos detiene y no nos deja seguir adelante.

Seguí leyendo, llenándome de vergüenza y horror.

Recordé Tampico. Recordé la charla que tuve con el organizador de una de las muestras de fotografías con vacas gigantes que comen un pasto asquerosamente verde. Leí el apodo de El Señor de los Cielos, El Mayel, El Chapo, El J J, El Mata Amigos, El Loco, El Cejagüera... y me di cuenta de la gran distancia que hay entre un verdadero artista y una pandilla de amigos que creen que hacen arte.

Aquí, el secreto está en saber decirlo de una manera diferente. Debemos recordar que “El arte no es mejor que la vida, pero la vuelve más real”. Al menos así sucede con el verdadero arte.

Se trata de decir las cosas como las diría un verdadero artista. De decirlas diferente.

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